domingo, 2 de noviembre de 2014

Inconciencia social

Camino a casa, la primavera se había vuelto invierno, hasta las estaciones se habían mezclado. Entre tanto andar esquivando no pude evitar ver lo que aquella muchedumbre me presentaba. Había de todo: gente asombrada que a lo largo del circulo se convertía en cómplice de esos que estaban enojados, sacudiendo, gritando, violentando. Me esforcé por darle lugar a mis ojos para alcanzar a ver lo que causaba tanto ruido para terminar avergonzado. 
Seguí caminando, todos habían roto el circulo y desfilaban ahora camino a la estación. 
Dos chicos , dos adolescentes, dos ladrones, la misma sociedad. 
Llegados los policías, que esta vez parecían acudir pronto y en gran cantidad, volvió a reunirse la gente para el show. 

- "Robaron, tienen que aprender" me dijo alguien que observaba. 

El viento doblaba la esquina y yo que parecía no entender, entendía más de lo que parecía. ¿Robaron? No tenían nada en el bolsillo salvo su intención y aun así recibieron la descarga de esa furia social, esa que nos carcome hace tiempo, la que miramos en la caja boba ya sin asombro como si fueran imágenes de una película de suspenso. 
¿Aprender? ¿y acaso nosotros no debemos hacerlo también? Si buscamos culpables debemos ir más allá, ahí donde recae el hogar, las instituciones, el estado y sus manipuladores, ahí donde el hombre vive "mounstrificando" el sentido humano a costa de unos pocos, a beneficio de sus bolsillos o de su propia "moral". 
Me retiré de la escena, aunque no la pude abandonar, somos parte de este teatro desde que inicio todo y sentí el fracaso en carne propia, el fracaso del que no se recupera uno y quien sabe cuando se encuentre una cura a ese malestar. 
Me consternaba el sentido de justicia, como siempre lo había hecho, desde las fantasías con echar a las mujeres a la hoguera, pasando por la guillotina, las torturas y la silla eléctrica hasta esta forma tan vulgar que parece regirnos hoy; sentir que nuestras propias manos deben mancharse de sangre cuando ni las nuestras ni las de otros deben hacerlo. 
El cigarrillo que yacía en mi boca se consumía en la derrota de mis sienes, jamas habíamos hecho algo para ser libres de esas manos que comienzan el circuito,que ejecutan la señal para que nosotros, sus gallos,comiencen a reñir para su entretenimiento. 
De sangre esta manchada nuestra historia- pensé, y todavía no descubrimos la forma de limpiarla. 
La colilla se perdía entre los pasos de los títeres y sus titiriteros.

Fénix Mars-.

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