Azul, turquesa, celeste…Observo la grandeza del cielo desarmándome
aquí abajo.
Voy recorriendo las calles vacías de mi barrio en busca de
una señal que me tranquilice.
De repente, un recuerdo afloro de mi mente: me vi pequeña, enérgica,
con miles de dudas del mundo exterior que quería saciar lo más rápido posible.
Solía pasar las noches en la parte trasera de mi casa, ahí donde
creaba mi propio mundo lejos de los ruidos; mimetizaba con la negrura del
espacio sin tener en cuenta el tiempo que seguía corriendo…tranquila, miraba
con pasión el infinito universo buscando conexiones entre esos puntitos de luz
tan brillantes.
Así era como sentía la paz, como dejaba volar mi mente
inocente con la brisa calida de los veranos (sin duda este era mi ritual
favorito); cada tanto podía ver una estrella fugaz, cerraba mis ojos y pedía un
deseo, algo que siempre me dijeron que hiciera como si no hubiera nada mas
importante en la Tierra.
Cuando volvía la mirada hacia mi panorama, sentía como el
suelo y el firmamento eran uno, allá arriba los astros tan estáticos,
inalcanzables, perfectos; acá abajo las luciérnagas danzaban formando constelaciones
siendo lo único que alumbraban.
Hoy esa escena no es más que un recuerdo lejano, justamente
en este día no puedo pensar en nada mas que no sea este sentir que traigo en mi
pecho, me desgarra, me hunde, ni siquiera las más lindas figuras en el cielo
pueden aminorar mi carga.
Trato de no llorar pero la situación es más fuerte que yo.
Enciendo mi último cigarrillo, me pierdo en esta esquina de
encuentros, desamores y partidas con la esperanza rota de saber que mis estrellas
sin el no volverán a brillar.
Fenix-.
Taller literario 22.11.13
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